La malaria, del italiano medieval “mal aire”, o paludismo,
del latín palus “pantano”, es una enfermedad
producida por protozoarios del gen Plasmodium
y transmitida al hombre por la picadura del mosquitos Anopheles. Entre 700.000 y 2,5 millones de personas mueren al año
por causa de la malaria, de los cuales más de las tres cuartas partes son niños
que viven en zonas endémicas de África.
El contagio se efectúa por la picadura de mosquitos
anopheles infectados y, después de la infección, los parásitos (llamados esporozoitos)
migran a través del torrente sanguíneo hasta el hígado, donde maduran y
producen otra forma, los merozoítos. Los parásitos ingresan el torrente
sanguíneo e infectan los glóbulos rojos.
Los parásitos se multiplican dentro de los glóbulos, los
cuales se rompen al cabo de 48 a 72 horas, infectando más glóbulos rojos. Los
primeros síntomas se presentan por lo general de 10 días a 4 semanas después de
la infección, aunque pueden aparecer incluso a los 8 días o hasta 1 año después
de ésta. Los síntomas ocurren en ciclos de 48 a 72 horas.
En
algunas regiones del mundo, los mosquitos que transmiten la malaria han
desarrollado resistencia contra los insecticidas Además, los parásitos han desarrollado resistencia a
algunos antibióticos. Estas condiciones han llevado a la dificultad de
controlar tanto la tasa de infección como la diseminación de la enfermedad.